Mi Abuelo nos dijo un día que su color favorito era el rosa mexicano… Ahora, cuando pienso en él, imagino que está en el cielo caminando entre bugambilias, oliendo un fresco olor a flores como las de las mañanas en Cuernavaca, sintiendo el calor del sol en la piel, sentado en la mesa con los pies en el césped, esperando el desayuno, frotándose las manos con singular apetito y con un bote de salsa Valentina en la mesa, porque todo sabe mejor con Valentina. Está jugando frontón y ganando cada partida; mirando Cantinflas y riéndose de lo absurdo, bello y querido que le es este mundo.
Lo siento con una paz infinita, mirando hacia abajo el reflejo del cielo en el agua de la tierra, donde seguimos muchos seres queridos, entendiendo y sobrellevando la vida sin él. Pero a él no le falta nada, entiende todo perfectamente; que le amamos y que le echamos de menos, que vivió y que vive, y que todo se transforma, todo evoluciona. Le veo llenándose del amor y nada más que del amor que sentimos todos en nuestro ser, así como los pulmones se llenan de aire, él respira nuestro amor, él crece con nuestro amor. Cuando un ser querido fallece, es como si detuviera el tiempo, como si no fueras del todo hasta que puedas volver a ser tu mismo, porque tu cabeza no lo entiende, no puede procesar los eventos al mismo tiempo que suceden, entonces, hay que pausar. Es como si hubiese una fuente de sabiduría infinita que está esperando ser accesada, un sitio en donde no hay separación, donde tampoco hay dolor, y por momentos pequeños lo sientes, pero tu cabeza se resiste, tu cuerpo físico se resiste, como si el dolor te uniera, y como si al evitarlo no existiera. Creo que no debo evitar sentir el dolor, ni tampoco hundirme en él, sino encontrar un balance entre dos realidades; por un lado, físicamente se fué, pero por otro, reconocer que espiritualmente siempre ha estado.
Hoy me doy cuenta de la alegría que me daba su mera existencia, pensaba, cómo puedo echar de menos a alguien que apenas veía? pero es que me doy cuenta que hay lazos más fuertes que los que se ven, supongo que es a lo que muchos se refieren como unión de almas. En mi última carta le hablaba de eso, de los lazos invisibles que nos unen, pero creo que no sabía lo fuertes que eran, lo mucho que le necesitaba y lo feliz que era de tenerle. A veces la mera existencia de alguien nos aporta, nos nutre, nos protege, y la textura de este mundo físico sin ellos, es distinta, pareciera que somos sólo un número más en este planeta lleno de gente, sin embargo, para aquellos a quienes amas, eres parte de su mundo; de su realidad diaria, te vean o no.
Es cierto que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, no porque no sepamos apreciar, sino porque desconocemos la diferencia; muchas veces no podemos tomar consciencia de lo que tenemos y nos hace falta cierta perspectiva, y la muerte es eso, un cambio de perspectiva, seguimos existiendo, pero desde otro sitio, y quizás esto nos permite ver cosas que de otra manera no podíamos. Y duele, duele la distancia entre la felicidad que te daba y el vacío que te deja, entre nuestra ignorancia de lo que tenemos y la oportunidad de nutrirnos de todo lo que aunque en otra forma, todavía existe. Poco a poco, la distancia se va acortando y el dolor se va llenando de un nuevo entendimiento, de una nueva experiencia: de sentirlo sin tener que verle, y de amar, más allá de las fronteras, ese dolor se va transformando en aprendizaje; en un amor profundo, que aprovecha, lleno de agradecimiento y consciencia. Ahora, tendremos que empezar a confiar en el amor, y tener fé, es comenzar a llenar los vacíos y el dolor, de él.
Me doy cuenta con esta experiencia de lo humanos que somos... podemos saber cosas, comprenderlas intelectualmente, pero solo vivirlas nos transforma. me doy cuenta también, de la aparente distancia entre ambos mundos; entre el dolor y la paz, la vida y la muerte, es grande, hasta que se puede mirar distinto. Así, él saltó en un segundo, ahora soy yo, quien da saltos, intentando construir un puente entre dos realidades, donde estoy y hacia donde voy; rozando atisbos de ese rosa mexicano, de esa alegría de vivir, esa enorme generosidad y el verdadero desapego, a comprender su profundo amor y empezando por primera vez, a realmente sentirlo y a confiar en esos lazos invisibles que le prometí, nos unirían siempre.
Te Amo Abuelo
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